Si te digo la verdad, soy bastante analógico. Llevo un registro de mis finanzas, he ordenado cuidadosamente mis diplomas y expedientes médicos en carpetas y, si quiero, puedo comprobar mis entrenamientos de los últimos 7 años y mi peso cualquier día concreto. Cuando estoy a dieta, también anoto mis comidas. No soy muy celoso de mi vida privada, comparto mucho con amigos y conocidos y no me avergüenzo del estado de mis cuentas (está bien, quizá no debería haber ido cinco veces a la tienda de artesanías en febrero), ni de mis hábitos alimenticios (sin mencionar ese bote grande de Nocilla por favor), ni de mi peso, ni de mi régimen de entrenamiento. ¿Pero significa esto que no tengo mayor inconveniente en que mis registros sean públicos?
No.
Puedes pensar que es porque debe haber algo de lo que me avergüence. Si no hubiera nada, no tendría ningún problema en hacer públicos mis registros. Pero no es así. No tienes que sentir vergüenza de algo para no querer compartirlo.
Piensa en tu domitorio. Si lo que sucede ahí se da entre dos adultos que consienten, seguramente no hay nada de lo que avergonzarse. Sin embargo, es muy probable que si otra gente se hiciera con un copia del video casero que hiciste anoche con tu pareja. se burlarían de ti, o peor aún, te maltratarían.
Vivimos en un mundo lleno de idiotas. Y aunque muchos de nuestros conciudadanos no lo son, frecuentemente creen y siguen a estos si hacen suficiente ruido. Es evidente que apoyar a los defensores de derechos humanos no es algo de lo que avergonzarse. Pero en un país donde las autoridades señalan a los defensores de derechos humanos como traidores de los intereses nacionales, a mucha gente le dará miedo -y con razón- seguir donando si el gobierno comienza a obligar a las organizaciones de DDHH a publicar los nombres de sus donantes. Temerán que sus relaciones sociales o su situación laboral se vean afectadas si su donación se hace pública. Esto es especialmente cierto si donan a organizaciones que trabajan con sectores de la población impopulares, como las personas sin hogar, los migrantes, los romanís o las personas LGBTQI. Y muchos de ellos, comprensiblemente, dejarán de donar.
Así que cuando algunos gobiernos afirman que si la gente no estuviera haciendo nada de lo que se avergüencen, no tendrían nada que temer a la hora de hacerlo públicamente, y que no alterarían su comportamiento, simplemente están mintiendo. Cuando los gobiernos obligan a los defensores de derechos humanos a publicar los nombres de sus donantes privados, lo que realmente quieren es despojarles de su derecho a mostrar compasión en privado. Quieren que la gente done menos y que estas organizaciones tengan menos dinero para defender los derechos del pueblo.
Por cierto, este es el registro de mi entrenamiento favorito.