A principios de la última primavera le anunciaron a Éva que tenía que abandonar su domicilio social en la ciudad húngara de Taktamákony. El personal en un hogar en Harmathegy le comunicó que tenían una plaza para ella, pero se enfermó de camino y fue llevada en ambulancia a un hospital cercano. El hospital estaba lleno y fue admitida en el pabellón psiquiátrico.
Éva casi pasa el resto de su vida allí.
Esta es una historia real. Sólo se han cambiado los nombres.
A Éva se le prohibió dejar el departamento de psiquiatría del hospital. Se le permitió asistir a misa los domingos durante el primer mes, pero al segundo mes ni siquiera este privilegio se le permitió. Insistió una y otra vez que no era un caso psiquiatrico y le rogó al personal que la dejaran ir. El hogar de acogida en Taktamákony nunca había detectado un problema mental con ella, ni recibió un diagnostico cuando llegó al hospital.
El tiempo que pasó en centros de atención especial durante su vida, incluyendo ancianatos y hogares para discapacitados, no era por una discapacidad mental, sino por la incapacidad de superar su difícil entorno familiar y su situación social. Incluso tuvo un esposo y un apartamento durante un par de años, pero, después de divorciarse, volvió a un hogar. El personal era consciente de que nunca había sido hospitalizada en un hospital psiquiátrico y que jamás había tomado medicación para problemas mentales.
Hasta ese momento.
Éva recibió un diagnóstico de demencia leve y trastorno afectivo bipolar. Le dieron Rexetin, Setonin, Lamolep y Frontin, una dosis diaria. Pero aparte de las pastillas sin recibir otra atención, salvo examinaciones esporádicas de los médicos. Tras un tiempo, el personal del hospital intentó, sin éxito, encontrarle una habitación en un hogar. Eva continuo con su “tratamiento” mientras no se le permitía salir del hospital. Mientras que esto le impedía que quedará en la calle, sufría: totalmente convencida de que no padecía ningún trastorno de salud, estaba convencida que no debería estar encerrada en el hospital. En ocasiones, se sabe, los asistentes empleaban tratos duros, a veces atando a los pacientes a sus camas.
Se involucra HCLU
Fue en este preciso momento que sonó el teléfono en el servicio de asistencia legal de Hungarian Civil Liberties Union: un amiga de Éva, Irma, nos contó sobre su situación, indicando que debería salir del pabellón restringido del hospital donde estaba siendo retenida contra su voluntad y por motivos injustos.
En vano llamamos al departamento de psiquiatría del hospital repetidamente durante dos días para obtener más información acerca de la situación de Éva. Los faxes enviados fueron ignorados y los médicos no contaban con direcciones de correo electrónico. Al tercer día, hubo un gran avance: conseguimos hablar con Éva, quien explicó su situación y finalmente pudimos hablar con los funcionarios del hospital. Pronto se aseguró su liberación, bajo la condición de que su abogado vendría a buscarla.
Absurdo informe final
Cuando fuimos a buscar Éva, tuvimos la oportunidad de reunirnos con el doctor. Según su absurdo informe final, se trataba de una paciente psiquiátrica posiblemente peligrosa que solía ocultar un cuchillo debajo de su almohada. Sin embargo, el doctor nos dijo que era consciente que Éva no debería estar en el hospital, ya que en realidad no tenía problemas psiquiátricos – por lo cual intentaban encontrar una plaza en una casa residencial, explicó.
Por ende, no deseaba crear obstáculos para su salida. Aun así no había nada que podía hacer por ella mientras estaba ingresada, a la espera de que una plaza se pusiera a disposición en alguna institución, y dicha espera podría ser de hasta tres años. Al médico no parecía preocuparle si sus derechos estaban siendo violados o no.
Recuperación
Lo último que nos dieron antes de salir eran las prescripciones para las pastillas mencionadas. Una vez de camino, se le comentó a Éva que pararíamos en una farmacia. Nos sorprendió su respuesta: no era necesario, ya que había estado escupiéndolas por el water.
Nos costó creerle del todo, preocupados porque, si las había estado tomando, su suspensión repentina podría tener consecuencias terribles. La monitoreamos durante algún tiempo, llamándola a diario y hablando con Irma, pero no mostró síntomas de abstinencia.
Ahora Éva vive en una ciudad grande; pudimos encontrarle alojamiento en casa de un pariente lejano. Está intentando encontrar su lugar en la sociedad: en un hogar para ancianos o para personas con discapacidad, o en una casa residencial, donde tal vez pueda conseguir un trabajo y no se encuentre obligada a tomar medicamentos.