En un hogar de ancianos de Hungría, personas refugiadas ayudan a cuidar a los ancianos, demostrando que pueden ser un valor para un país que se ha cerrado en gran medida a los solicitantes de asilo.
Y el trabajo es mutuamente beneficioso: ayudando a los ancianos, es más fácil tratar de olvidar sus traumas pasados. También supone una gratificación personal:
"Me gusta este trabajo", dice Radwa Al Nazer, 29, de Damasco, Siria. "Requiere mucha paciencia y amabilidad, pero a veces me dan ganas de llorar cuando veo que he hecho feliz a un paciente".