Hace varias semanas, el Sea-Watch 3 rescató a 52 migrantes frente a las costas de Libia. Los puertos seguros más cercanos estaban en la isla italiana de Lampedusa y en Malta. Ambos se negaron a dejar que el barco entrara en sus puertos.
Durante más de dos semanas, el barco navegó sin rumbo fijo por aguas internacionales en espera de un permiso para entrar legalmente a un puerto.
Solo cuando las condiciones a bordo se volvieron inhumanas y los rescatados empezaron a pensar en el suicidio, la tripulación se vio obligada a entrar en un puerto.
La capitana del barco, Carola Rackete, fue detenida con cargos de resistencia y violencia contra buques de guerra y e investigada por ayudar a la inmigración ilegal.
Cuatro días después, para alivio de todos los que creemos en el derecho y deber de ayudar a las personas en apuros, fue puesta en libertad.
La jueza absuelve a Carola Rackete
La jueza italiana, Alessandra Vella, consideró que la resistencia de Rackete a las autoridades estaba justificada debido a que tenía el deber de salvar vidas en el mar.
Vella estimó que el puerto de Lampedusa fue la elección correcta pues Libia y Túnez no son puertos seguros.
Otros puertos seguros como Francia, Malta o Marruecos, simplemente están demasiado lejos y, según el derecho internacional marítimo, las personas rescatadas deben ser llevadas al puerto seguro más cercano.
Fracaso colectivo de toda la UE
Lo que ha ocurrido con el Sea-Watch 3 y otros barcos de rescate ha sido un fracaso colectivo de toda la UE. El Reglamento de Dublín, que determina qué Estado miembro es responsable de las solicitudes de asilo de los recién llegados, impone gran parte de la carga a Italia, lo que es injusto.
Es preciso que los otros Estados miembros sean más solidarios. La "coalición de los dispuestos", basada en la participación voluntaria de los Estados miembros en la reubicación de migrantes y refugiados, se ha aplicado barco a barco. A largo plazo, sin embargo, la UE necesita establecer un mecanismo claro y justo de desembarco y reubicación.
Europa recibió en 2012 el Premio Nobel de la Paz por su contribución a la promoción de los derechos humanos. Estos derechos se aplican a todo el mundo y, evidentemente, no se limitan a las fronteras exteriores de Europa.