La ONU estableció el 21 de marzo como Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, poniendo el foco en la lucha contra el racismo como cuestión prioritaria para la comunidad internacional, por tratarse de un fenómeno que va desde la negación de derechos e igualdad de las personas hasta la instigación del odio que puede conducir al genocidio.
Este 21 marzo de 2020 es como si la actualidad mediática se hubiese paralizado ante una pandemia que asola al mundo, ocupando el centro del interés social y político. Aunque este virus avanza sin apenas contención, todos esperamos que acabe remitiendo para que nuestras vidas continúen su curso, aunque sabemos que no será sin fatales consecuencias, sobre todo en personas de edad avanzada y/o con enfermedades crónicas, al parecer, más frágiles frente a la enfermedad.
El racismo no es un virus, sino una construcción histórica
Pero el racismo no es un virus. Es un fenómeno secular que modela sociedades determinando las condiciones de vida (incluso, las posibilidades de vida). Al hablar de racismo debemos hablar de raza, no como construcción biológica, premisa superada aunque algunos traten de recuperarla, sino como construcción histórica que condiciona todos los aspectos de la vida a nivel social, económico y político. Es por eso por lo que el racismo no es ninguna enfermedad que venga a “alterar el funcionamiento normal de un organismo”, como recoge la definición de ésta, porque la raza funciona como estructura de poder y, por lo tanto, el racismo es parte del funcionamiento normal del organismo.
Apenas unos días antes de la explosión generada por el Coronavirus (COVID-19), en la frontera de Europa, las autoridades griegas rechazaban a personas que buscaban refugio huyendo de guerras. “Defensa de nuestras fronteras”, en palabras de la Comisión Europea, realizada con armamento militar contra hombres, mujeres y niños que huían de la muerte, así como la connivencia policial con movimientos de extrema derecha en contra personas que buscan sobrevivir, según denunciaron periodistas sobre el terreno.
Al mismo tiempo, se hundía otra patera en el Mediterráneo, mientras en la Frontera Sur, Malika una marroquí de 56 años, porteadora enferma de diabetes, fallecía de un infarto al corazón tras serle requisada su mercancía. Esta semana se cumple también un año del atentado islamófobo contra dos mezquitas en Nueva Zelanda que costó la vida de 51 personas. El racismo se manifiesta de muchas formas, llegando a pasar desapercibido para quienes no lo sufren. Y, en el contexto actual, el COVID-19 se torna en la enésima excusa para la exacerbación social del mismo.
Muchas de las reacciones al brote del coronavirus tienen un sesgo racista
El hecho de que sea China el origen del brote del virus ha puesto de manifiesto el sentido común racista de políticos, humoristas y la sociedad en general. Mientras que en nuestro país la ultraderecha “racializaba” el virus calificándolo de “chino”, esta “chinofobia” campa más visible que nunca por países occidentales donde se han vividos agresiones físicas y verbales a ciudadanos con rasgos asiáticos.
Estos días también estamos siendo testigos del antigitanismo. Mientras escribo estas letras superamos las ocho mil personas afectadas por coronavirus. Sin embargo, diferentes medios de comunicación como larioja.com, El País, Navarra.com o burgosconecta.es decidieron centrarse en la etnia gitana de los contagiados ante un brote en La Rioja y Vitoria, sirviendo de gasolina a numerosas grabaciones de audios vía WhatsApp y redes sociales que apuntalaban el relato racista levantado contra esta población. Solo si rechazamos lecturas simplistas y atendemos al racismo como problema estructural, podremos entender, como indican desde Rromani Pativ que “no es la alarma social lo que provoca reacciones racistas, es una sociedad previamente racista la que reacciona en consecuencia”.
Discriminación racial como norma
A penas el Gobierno acababa de anunciar el Estado de Emergencia por la alerta sanitaria y ya circulaban nuevas imágenes de la Policía de Barcelona realizando “identificaciones ilegales, regulares y sistemáticas por motivos étnico-raciales”, como denuncia este usuario en Twitter. La situación actual se torna más compleja para las personas susceptibles de ser identificadas por su aspecto.
El Estado Español tiene una asignatura pendiente en cuanto al uso policial del perfilamiento racial. Hace unos meses Rights International Spain publicó “Bajo sospecha: el impacto de las prácticas policiales discriminatorias en España” un informe que describe las consecuencias del uso de perfiles raciales a través de historias de personas para quienes estos controles son parte de su cotidianidad. España ya fue condenada por el Comité de Derechos Humanos de la ONU en 2009 por el control efectuado sobre Rosalind Williams "únicamente en razón de sus características raciales". De igual forma, Zeshaan Muhammad lleva años luchando en tribunales (actualmente en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos) por una sentencia que permita acabar con las identificaciones racistas como la que sufrió en 2013 en Barcelona y, que se espera, conozcamos en los próximos meses.
El coronavirus desaparecerá, ¿y el racismo?
Numerosos organismos nacionales e internacionales han señalado la necesidad de acabar con el uso del perfil racial, que choca con el derecho a no ser sometido a discriminación racial, la igualdad de trato, la libertad y seguridad personales y de presunción de inocencia. El Grupo de Trabajo de Expertos sobre los Afrodescendientes concluyó tras su visita a España en 2018 que el uso de perfiles raciales es un “problema endémico”.
El racismo existía antes del coronavirus y existirá después, es imperativo que como sociedad reflexionemos sobre sus consecuencias. La lucha contra la discriminación racial debe alcanzar un compromiso político y social similar al mostrado para combatir este virus pandémico actual. Porque si hay una similitud entre el racismo y el COVID-19, es que mientras este último afecta a todos por igual, el racismo no es solo un problema de quienes lo sufren, sino de todos, en especial, de aquellos que no lo viven por estar en el lado privilegiado y prefieren mirar a otro lado. Ahora que, por un periodo limitado de tiempo, sabemos que la policía nos identificará incluso al salir a comprar el pan, debemos reflexionar sobre aquellas personas para quienes estas identificaciones no son excepción, sino norma por su condición étnico-racial.